Nos adaptábamos a la tremenda altura, recorríamos los templos y hacíamos girar los molinetes de oración de las stupas. Hablábamos con los monjes budistas, yo hacía fotos de paisajes casi lunares y apuntaba detalles del cruce humano: musulmanes cachemires, sijs e hindúes procedentes de Jammu, entre la población local mayoritaria, étnica y culturalmente tibetanos. Los turistas europeos se mezclaban con los comerciantes hindúes y con un enorme despliegue de tropas indias. En aquel culo del mundo, aunque fascinante, mi radio de onda corta era para mí imprescindible. Por las noches, el servicio exterior de la BBC me ayudaba a poner un cierto orden. Me ayudaba a explicarme lo que veía y me vinculaba a mi origen en Europa.
Ya sé que mucha gente dice que se va lejos, de vacaciones o para otros asuntos, y que entonces no quiere saber nada de nada. No soy de esos jamás. La prensa local, en cualquier idioma asumible o medianamente comprensible, y la radio son para mí vitales. Y el ente llamado BBC World Service forma parte de mi estabilidad emocional. Como ciudadano y como periodista. Si quieren ustedes, como adicto. Ahora el gobierno de ese primer ministro conservador llamado David William Donald Cameron quiere “recortar” la BBC. Como nuestro colega británico, Jeremy Dear pienso que su propósito es propio de alguien “necio e insensible”. Soy de los que creen que la BBC nos concierne a todos.
“La BBC Mundo ocupa un lugar esencial en nuestras vidas. El cierre de su servicio internacional no es sólo un asunto del Reino Unido. Es una preocupación de todos al afectar a nuestras sociedades que claman por una información de calidad”, ha protestado, desde Argentina, Gustavo Granero, que ocupa una de las vicepresidencias de la Federación Internacional de Periodistas. Ya sabemos también que la BBC es una de las herencias del antiguo Imperio Británico, pero no la peor. La idea que los propios británicos se han formado de su independencia, su utilidad para millones de individuos de otras lenguas, de otros lugares y situaciones sociales, han convertido a la BBC en un medio único.
En este punto, no me olvido de mi propia ira ante el sesgo de ciertas informaciones de la BBC, de su periódica falta de imparcialidad en determinados conflictos, de una cierta soberbia en el estilo. Contradictoria, alternativamente, la British Broadcasting Corporation ha sido acusada de vez en cuando de racismo, conservadurismo, islamofobia, de tener tendencias aristocráticas, de londocentrismo, de ser proetarra, de ser procontra y prosandinista en Nicaragua, de antiamericana durante el bombardeo de Libia en época de Reagan. También de un largo registro de meteduras de pata. Muchas veces, sus críticos tuvieron razón. Otras, la extrema derecha calificó a la BBC de Bolshevik Broadcasting Corporation. Winston Churchill la acusó de filocomunista y Margaret Thatcher habló del antipatriotismo de la corporación, durante su guerra de las Malvinas. Su forma de elaborar la información ha conseguido ir más allá de esos conflictos.
Durante la guerra de Kosovo, los serbios nos cortaban a veces el suministro eléctrico en nuestro hotel de Prístina para evitar que nos conectáramos a una Red mucho menos importante que hoy. En una ocasión, empecé a comentar novedades con otros enviados especiales allí desplazados. “¿Pero como sabes todo eso si no podemos conectarnos?”, me dijeron dos o tres de los fascinados por la nueva cosa. “Con esta libretita de notas, un lápiz y esta pequeña radio de onda corta, la BBC, lo de siempre”, contesté. Mi “exclusiva” era nula. Radio Exterior, Radio Francia Internacional y la BBC me ayudaban a saber qué pasaba en torno a nosotros mismos en medio de la guerra de serbios y albano-kosovares.
Se calcula que más de 240 millones de personas, de todo el mundo, de todas las culturas, siguen sus programas o reciben noticias a través de la BBC. Y ahora los conservadores han iniciado la poda salvaje de ese viejo árbol viejo frondoso (32 idiomas hasta hoy). Un episodio más, enorme, de destrucción paulatina de los referentes del periodismo de calidad. La pérdida afectará a unos 30 millones de oyentes, que verán reducidos o anulados los servicios en –al menos- cinco idiomas. Los servicios en español sufrirán recortes. No habrá más programación en portugués para Angola, Mozambique o Guinea-Bissau. Las autoridades dicen que se trata de ahorrar 67 millones de libras en cuatro años (unos 78 millones de euros). 650 personas vinculadas a un trabajo colectivo extraordinario perderán su empleo.
Dicen que las nuevas tecnologías hacen avanzar la información, pero lo que vemos en marcha es una especie de sierra mecánica que cercena -cada día un poco más- el periodismo de calidad. Y los servicios públicos audiovisuales son objetivo fijo de los conservadores de todos los países. ¿Nadie ve conexión entre ese sesgo y el triunfo de los mercaderes televisivos, de la basura universal? Si lo sufrimos en Europa, cabe preguntarse también por los efectos devastadores de esa telebasura en los “culos del mundo”, donde predomina la pobreza y donde el acceso a la Red sigue siendo difícil.
En países autoritarios, la onda corta sólo sirve para vomitar propaganda sin credibilidad. Los defensores de los servicios mundiales de la BBC, por el contrario, están convencidos de la persistente necesidad de las emisiones de onda corta y de la televisión pública con valores, sobre todo cuando se dirigen a las regiones más pobres del mundo. Es otra clase de ayuda internacional. Y puede captarse con medios y tecnología muy ligeros, que no necesitan cables, ni son caros para el receptor. Es elemental, pero lo olvidamos. Porque allí “el uso de internet es limitado, la alfabetización un asunto serio y los gobiernos impiden la emisión libre de la radio en FM, de modo que esos servicios resultan esenciales y deberían ser considerados una prioridad”. Podemos utilizar nuestros pequeños rinconcitos aderezados de artilugios informáticos que nos permiten publicar y proponer para unos pocos; pero no podemos olvidar otros dos elementos básicos: una cierta idea de comunidad universal y una aspiración colectiva a la calidad de la información. Con todas sus quiebras y fallos, la BBC sigue representando todo eso. Es el producto de un trabajo colectivo en el que lo superfluo, tan abundante en la Red y en las redes sociales, tiene un lugar menor.
“La importancia del libre flujo de información para desarrollar y defender hoy la democracia se demuestra, valerosamente y todos los días, en el norte de África y en Oriente Medio”, nos ha dicho Michelle Stanistreet, del National Union of Journalists. “Los sindicalistas y militantes de la libertad de expresión en todo el mundo se apoyan en el Servicio Mundial de la BBC, para conocer los hechos y para rechazar la propaganda. Es una voz contra el silencio. Acallarla es un acto vandálico. Así no sólo empequeñece a la BBC, pierde la causa de la libertad”, ha declarado Sharan Burrow, Secretaria General de la Confederación Sindical Internacional.
En Birmania o Belice, en Mongolia o Guinea Ecuatorial, la onda corta y las demás expresiones de la BBC siguen siendo un útil para hilar la realidad. La BBC es una aguja importante para seguir cosiendo con ella nuestro tejido informativo. La objetividad no es la BBC, pero si recortan demasiado el árbol quizá sequen poco a poco sus raíces. Lo saben los ciudadanos británicos, sí. Lo afirman también otros muchos en cualquiera de los demás culos del mundo.
Puedes firmar la petición (manifiesto) en defensa de BBC World Service en:
http://www.petitionbuzz.com/petitions/savews
También puedes enviar un mensaje breve de solidaridad al NUJ
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