Djunga tiene antecedentes como humorista y no ha dejado de ejercer como tal. Sin embargo, en su denuncia por vídeo, se expresa de manera directa y de modo que despierta la simpatía ajena. Se le escapan algunas lágrimas. Conmueve. En el poco más de un año que lleva presentando el tiempo, Cécile Djunga casi se había acostumbrado a soportar los insultos racistas, las insidias diarias y el goteo de vejaciones cobardes de una minoría de espectadores anónimos. Hasta que hace poco decidió hacerlos frente en público y de una vez: “Ayer, cuando estaba en el trabajo, una señora llamó para decirme que soy demasiado negra y que sólo veía mi ropa, que no quedaba bien en la pantalla y que alguien tenía que decírmelo”.
Cécile Djunga confiesa que tuvo una mezcla de sentimientos, entre la cólera y la risa: “Estoy harta de recibir mensajes como ‘negra vuelve a tu país’ en un estado europeo como Bélgica en el que muchos creen que el racismo no existe”. Cécile Djunga, bruselense, no sólo se ha enfrentado a todo ello de manera espontánea y con finura, sino que ha provocado una ola de solidaridad hacia ella y de oposición al racismo de bajo perfil. Ese de los rumores y los chistes más estúpidos. El racismo que parece broma, silencioso, el más cobarde, el que socava nuestro ánimo sin aparecer mucho en la superficie. Hay que decir que Cécile Djunga ha recibido un apoyo enorme de la opinión pública. También de la dirección de la RTBF y de la mayor parte de la clase política.
Pero la emisión de un programa que nada tiene que ver con Cécile Djunga en la VRT (Vlaamse Radio- en Televisieomroeporganisatie, la radiotelevisión pública neerlandófona flamenca), casi en los mismos días en los que ella denunciaba el racismo que sufre a diario, un personaje de la ultraderecha, Dries Van Langenhove ha tenido que afrontar un expediente de expulsión del Consejo de Administración de la Universidad de Gante. Van Langenhove es el fundador del grupúsculo (movimiento juvenil, dicen otros) Schild & Vrienden.
Para quien lo ignore, la expresión flamenca “schild en vriend” (escudo y amigos) tiene un profundo eco histórico en la cultura de los nacionalistas flamencos. El 18 de mayo de 1302, grupos armados por los gremios flamencos entraron por la noche en las casas y lugares en donde se encontraban los franceses. El rey de Francia, Felipe IV, el Bello, que dominaba entonces Flandes, había enviado tropas para contrarrestar una insurrección alumbrada inicialmente por los gremios que controlaban el monopolio del comercio de la lana con Inglaterra.
El hecho es que los insurrectos flamencos, antes de atravesar con sus espadas a los franceses y a los francófonos del país, exigían a sus potenciales víctimas que pronunciaran en flamenco o neerlandés “schild en vriend” (escudo y amigo). Era la manera de distinguir a los habitantes de lengua francesa y a los soldados franceses de quienes tenían el neerlandés (flamenco) como lengua materna. Todo el que no pronunciaba correctamente moría atravesado por la espada. Pocos franceses lograron escapar con vida. Y poco después, la potente y elegante caballería francesa fue derrotada por el campesinado flamenco en la batalla llamada de las Espuelas de Oro. Un hito del nacionalismo flamenco.
Esos episodios históricos son los que dan nombre al grupo fundado por Dries Van Langenhove. Hace pocas semanas, un reportaje de investigación de la cadena VRT -su autor es Tim Verheyden- puso de manifiesto que las actitudes racistas, antisemitas y ultrasexistas, siguen profundamente ancladas en la mentalidad de quienes participan en las reuniones internas y en las actividades de Schild & Vrienden. Y aquellos hechos, mitos y leyendas del siglo XIV alimentan el nacionalismo racista y sirven para dar nombre a la organización que encabeza Van Langenhove.
Por ello, la reacción de Cécile Djunga tiene un gran valor. Porque Bélgica es otro país con un sombrío pasado colonial del que es consciente y al que hace frente la mayoría, pero donde simultáneamente sigue habiendo fuerzas con vínculos históricos con los colaboracionistas pronazis del pasado. Son los mismos que niegan a Cécile Djunga su personalidad y su nacionalidad belga.
Lo bueno de ambas controversias es que ahora muchos personajes públicos han tenido que pronunciarse sobre ese racismo escondido. Y lo han hecho al mismo tiempo que el parlamento europeo empezaba a debatir el caso de Hungría y de su primer ministro, el autoritario Viktor Orban. Es un debate europeo, no sólo belga. En Bélgica, incluso, algunas personalidades conocidas y del mundo de la política han denunciado cómo “algunos miembros del gobierno (belga) flirtean con los racistas”. Se referían, sobre todo, a los conservadores y a los partidos de la derecha flamenca que gobiernan Bélgica en una coalición heróclita y muy diversa.
Aunque tenga familia en el Congo, Cécile Djunga, repitámoslo, es natural de Bruselas. “Belga hasta el fondo”, como dice ella misma. Y cuando hace poco más de un año fue elegida para presentar el espacio del tiempo en la radiotelevisión pública francófona RTBF, ya probó que era consciente del reto al que se enfrentaba: “La RTBF ha elegido una opción peligrosa al contratarme. Son conscientes de ello y creo que han sido valientes al hacerlo. Mi predecesora, Tatiana, es mestiza. Yo soy negra y con un corte afro. Soy lo que soy, no miento”.
Ante el racismo cotidiano, Cécile Djunga no se esconde como muchos de los insidiosos que la insultan sin salir de sus madrigueras. Eso es propio de gente valerosa. Y siempre admirable.
