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Viernes, 11 Febrero 2011 11:33

Por la television pública y democrática

Escrito por Manuel Pelegrina

Hay que distinguir muy claramente entre medios de comunicación públicos y medios de comunicación privados de calidad. Somos conscientes de que todo lo publico no es bueno ni todo lo privado es malo. Y que en ambos se debe profundizar en los valores democráticos  pueblo poder): participación de todos con plena libertad para expresarse, pero con responsabilidad ante lo que se dice.

 

 Hoy este tema es central y lo encontramos en un canal privado. En efecto, cambiar en canal + programas como el llevado por Iñaki Gabilondo por un Gran Hermano es un signo de los tiempos. Y mantener canales privados que funcionan con música y acordes ideológicos  basados en el insulto personal, es transmitir malos hábitos educativos que potencian la creación de malos hábitos democráticos en los ciudadanos.

 

Yo siempre he pensado que el insulto o la crítica se deben hacer en circunstancias que permitan que el otro se defienda. Pero no, hoy  la falta de educación, que antes era de las “clases bajas” que no pudieron acceder a la educación, es la mala educación de los señoritos educados en colegios católicos y de pago, cuidadosamente peinados y elegantemente vestidos.

 

Esto nos recuerda en este país otros tiempos en los que la ideología nacional católica “educaba” desde los medios. Ese es el estilo que podríamos llamar berlusconiano. Esa televisión es una parte de un todo. El todo incluye, populismo político y desprecio del trabajo público, incluida la política democrática y las prácticas democráticas. Sin embargo,la triste realidad es que todo eso se consolida en según qué comunidades autonómicas y tiende a hacerse ideología del Estado.

 

En ese contexto la televisión pública de calidad es un estorbo. No corren tiempos en los que la calidad, la pluralidad, la objetividad o la veracidad formen parte de objetivos políticos que debieran estar ya consolidados en una sociedad democrática. Por el contrario, se ha desarrollado una interpretación perversa de la libertad, que permite atacar la esencia de la sociedad democrática, para atacar la calidad, la diferencia, la creatividad. Es la peor de las perversiones democráticas.

 

Es necesario un movimiento liberador fuerte dentro de la propia democracia.

 

Contra todo eso estaba la propuesta de Gabilondo, y estamos muchos, y a favor de esas corruptelas están todos los “Grandes Hermanos” de la historia, los que se creen imprescindibles, unas veces como dictadores confesos y otros envueltos en brillantina, corbatas e incluso “barbas progresistas” y ropas deportivas más o menos cuidadas, porque para conseguir los votos también convienen las mangas de camisa o incluso las camisetas y los vaqueros.

 

La defensa de una televisión pública de hoy, independiente, aunque con más o menos influencia del partido de turno en el poder, pero libre y democrática, objetiva, pluralista, inclusiva de sensibilidades y diferencias, aglutinadora de la realidad social, es de nuevo un objetivo fundamental para proteger, desarrollar y mantener  las libertades democráticas.

 

Vuelve a ser de imperiosa necesidad el hecho de ponernos de acuerdo, para que el berlusconianismo (léase berluscolonialismo mental y televisivo) no colonice las mentes de nuestros jóvenes, educados ya muy cómodamente y con todas las necesidades cubiertas en una sociedad democrática.

 

Es muy importante que éstos jóvenes se impliquen en esa defensa y empiecen a señalarse como defensores de las libertades. En este contexto es muy útil que observen lo que pasa en Túnez y Egipto y que se irá extendiendo por el mundo árabe y africano. Este movimiento liberador y democrático ya se está desarrollando en Iberoamérica.

 

Observar la realidad del mundo es bueno para los jóvenes españoles que no lucharon en la transición política. Como se dice en la película de José y Pilar (Saramago y del Río): somos unos privilegiados por todo lo que somos en una sociedad como la nuestra, pero el mayor privilegio que tenemos es poder SEGUIR COMBATIENDO. En este caso seguir combatiendo  por ”UNA TELEVISIÓN PUBLICA”.

 

No hemos de permitir que se eche a perder en cuatro días lo conseguido en 40 años de democracia. Y es probable que los nuevos aires democráticos que corren en el mundo mejoren nuestra joven democracia, y arrinconen cada vez más la idea de control interesado de lo que deben ser servicios públicos para defensa de los valores públicos.

 

Una televisión pública de calidad es igual a salud mental democrática, aunque los jóvenes de hoy se han pasado de forma casi masiva a las posibilidades interactivas que les ofrece internet y los videojuegos. En efecto, los medios de comunicación, radio y televisión no son ya tan poderosos, pero no debemos infravalorar las posibilidades que aún tienen en la creación y formación de opinión.

 

Por todo ello, no se debe retroceder ni un milímetro en lo que hasta el presente se ha conseguido en los medios de comunicación públicos,  y hay que seguir avanzando en su mejora, con participación y control por parte de colectivos, que al margen de su poder económico, tengan una posibilidad de expresión. Eso sólo lo puede garantizar una televisión y unos medios públicos. Estos son los únicos que pueden garantizar calidad frente a intereses económicos o ideológicos partidistas.

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