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Lunes, 28 Febrero 2011 21:30

TVE y las otras. A esto le llaman pluralismo

Escrito por Enrique Peris

Si se materializase esa propuesta del Partido Popular de obligar a TVE a renunciar a uno de los dos múltiples que le  asigna la Ley General de la Comunicación Audiovisual, despojándose así a la corporación pública de la mitad de los canales de que dispone en el dial de la Televisión Digital Terrestre (TDT), el hecho no sería sino un paso más en lo que parece haber sido una labor constante y sistemática encaminada a reducir al mínimo posible el tamaño y la envergadura de la televisión pública en España.

Esa propuesta se muestra, en muchos sentidos, perfectamente coherente con las iniciativas que con ese mismo objetivo han ido tomándose en estos últimos años, bajo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

A ese propósito han servido decisiones tan significativas e inequívocas como la que se tomó en su día de autorizar dos nuevas cadenas privadas (Cuatro y la Sexta), que ampliaron el bando de los canales “amigos”, para equilibrar de ese modo el panorama y compensar la existencia de las otras dos cadenas, consideradas “hostiles”. En medio estaba TVE, que arrastraba una mala fama, muy justificada (para desdicha, entre otros, de sus propios profesionales), de falta de independencia y de ser instrumentalizada políticamente por el gobierno de turno.
 

Así, nivelados los bandos y con tantas televisiones privadas luchando por la audiencia, ¿qué falta hacía una cadena pública fuerte y con peso? Es como si alguien pensara: si el gobierno no puede sacar un rendimiento político de la televisión pública, porque eso está mal visto y es una fuente de críticas y de conflictos, entonces…. ¿para qué? ¡Con lo cara que es!

 

Y es verdad: la buena televisión, de calidad e independiente (y la independencia es algo que no suele gustar a los gobiernos, en especial cuando los deja en evidencia), resulta cara. Por eso, la promesa de desgubernamentalizar Televisión Española tenía que tener la contrapartida de reducir drásticamente su tamaño, su papel, su producción, su actividad….y su plantilla, con ese Expediente de Regulación de Empleo gracias al cual la casa se desprendió (compensándolos generosamente, eso sí, con dinero público) de cuatro mil y pico de los menos de 10.000 trabajadores con que contaba hace cuatro años. Un extraño negocio: para hacer parte del trabajo que desempeñaban esos profesionales veteranos que se fueron, RTVE ha incorporado desde entonces del orden de otros dos mil, más jóvenes y, aprovechando esta circunstancia, peor pagados en general. Y todo, en aras…. del pluralismo, que es la palabra con la que, manejada y manipulada hasta la saciedad, han querido justificar todo lo que se ha hecho.

 

Luego resultó que los canales “amigos” del gobierno se pelearon entre ellos y se declararon la guerra, y uno de ellos se fusionó (una forma de decir que fue absorbido) con uno de los “hostiles”, en lo que muchos han calificado como una alianza contra natura y que demuestra que en esto no hay amigos ni enemigos sino aliados tácticos o adversarios circunstanciales, sobre todo cuando los problemas financieros aprietan.

 

Hoy, recorrer el dial de la Televisión Digital Terrestre (TDT) es como asistir a la parada de los monstruos. El panorama no puede ser más deprimente, con infinidad de canales que no tienen nada detrás, muchos dedicados a emitir consultas telefónicas de tarot y de astrología, otros consagrados a la tele-venta y bastantes sin más contenido que esas tertulias inverosímiles realizadas en unos sets y con unos decorados que parecen adquiridos en una tienda china de todo a cien. De los restantes, lo normal es que su programación se nutra en buena medida de productos americanos de tercera, o series compradas en lotes al mínimo precio y doblados a toda prisa y sin el más mínimo cuidado, de forma que todo suena igual y todo parece lo mismo. Y en general, casi todos con niveles ínfimos de inversión en producción propia. Y se nos dice que todo eso resulta….  muy pluralista. ¡Viva el pluralismo!

 

Con ese panorama, resulta casi sorprendente el coro de lamentos y ese escándalo y ese rasgarse las vestiduras por la desaparición de CNN+ y por el hecho de que su frecuencia esté ocupada ahora por la emisión full time del Gran Hermano, el producto estrella de Telecinco.  Pero, ¿qué esperaban? ¿En qué mundo creen que vivían los que se indignan y escandalizan?  Esto es lo que hay. Porque habría que recordar en este punto, hablando de Telecinco, que la cadena de Berlusconi no pudo arraigar en su día en Francia porque su producto no se consideró digno (el gobierno francés le retiró la licencia), mientras que en España, en cambio, no solo ha arraigado admirablemente, sino que se ha convertido en la cadena más importante del país, sin que a nadie, aparentemente, y menos al gobierno, encantado con el nivel de pluralismo alcanzado, le parezca rara la cosa.

 

Hacer una buena televisión, sea pública o privada, cuesta dinero, en efecto. Los británicos tienen la mejor televisión del mundo, pública, y sin publicidad desde siempre: la BBC, que ofrece una amplia gama de servicios con la triple función de informar, formar y divertir a los espectadores (lo que deja claro que el entretenimiento en sentido amplio es uno de sus terrenos, y que no hay restricciones en su papel, como las que aquí en España las cadenas privadas quieren imponer a TVE). Pero además de ser un valor cultural fundamental,  un orgullo para el país y un componente esencial en la imagen de Gran Bretaña en el mundo y en la defensa de su visión y sus intereses, la BBC sirve para mantener una potente industria audiovisual  y contribuye decisivamente a estimular la creación de calidad y el buen periodismo.

 

Aun con sus problemas actuales, con las reestructuraciones y con las “decisiones difíciles” que los directivos de la corporación británica han tenido que poner en marcha para adaptarse a los tiempos, controlar el nivel de gasto y adaptar sus dimensiones a las circunstancias, la BBC sigue manteniendo una plantilla de más de 20.000 empleados, y solo sus servicios informativos cuentan con más de tres mil personas trabajando, entre ellos unos 2.000 periodistas (mientras en España, las empresas periodísticas, escritas o audiovisuales, compiten por ver quién despide a más gente, y los periodistas, jóvenes y menos jóvenes, se enfrentan a unas perspectivas de futuro más que inquietantes).

 

A los británicos, tener esa excelente televisión pública (que tiene la virtualidad, además, de ser una referencia positiva que obliga a mantener alto también el nivel de calidad de las privadas) les cuesta actualmente 145  libras al año, cantidad equivalente a unos casi 175 euros, que es el canon que pagan los hogares del Reino Unido por tener televisión.  Pero lo del canon o el pago de una licencia para financiar la televisión pública existe también en la mayoría de los países europeos próximos a nosotros. Los franceses pagan de canon unos 115 euros al año; los alemanes,  más de 200 euros (las televisiones públicas alemanas, la nacional y la de los estados federados, tienen son entidades fuertes y con gran influencia, y cuentan con una plantilla de más de 23.000 personas); los italianos, unos 92 euros; los irlandeses, 110 euros; los austríacos, alrededor de 220 euros; los suecos, 176 euros, y los daneses 274 euros.  En algunos de esos países (Alemania e Italia, entre ellos) sí emiten publicidad para complementar sus ingresos, aunque en general muy restringida y solo en unos horarios determinados.

 

En España, TVE se encuentra en el tercer año de su nueva era, sin publicidad, es decir,  sin anuncios comerciales en sus emisiones, y oficialmente sin contar con la publicidad como fuente de financiación, aunque sí con patrocinios. Igual que se hizo en Francia, renunciar a la publicidad tiene como contrapartida el que sus competidas, las cadenas privadas, tienen que aportar un porcentaje de sus ingresos para contribuir a la financiación de Radio Televisión Española. Estaba claro que, para TVE, depender de los anuncios como fuente de financiación no era posible ni tenía sentido, especialmente con la caída de ingresos por ese capítulo a causa de la crisis. Pero tampoco está claro que la nueva fórmula (con las cadenas privadas afectadas también por la crisis, cuando no, además, por sus propios problemas internos) vaya a proporcionarle una gran seguridad en cuanto a sus posibilidades presupuestarias y a su independencia económica.

 

De hecho, aunque no deja de ser un logro importante que la televisión pública española se haya librado de la servidumbre de una publicidad invasiva y agobiante, que interrumpía y despedazaba las películas y los programas haciéndolos interminables,  muchos cuestionan la precipitación con que se impuso la medida y la imprevisión sobre sus consecuencias.  Hoy, entre los profesionales  la casa, se vive un clima de incertidumbre que desmoraliza a sus profesionales y afecta a su labor diaria y al resultado de su trabajo, especialmente a la vista de lo que está ocurriendo en otras empresas del panorama audiovisual y de la prensa del país. Y también inquieta a quienes defienden el papel social de la radiotelevisión pública y creen que su presencia debe ser sustancial, activa y de primer nivel, y no estar en precario y siempre en entredicho ante la presión de las cadenas privadas y sus ataques nada inocentes a RTVE por “distorsionar el mercado” y hacer “competencia desleal”.

 

Porque no basta, por mucho que algunos se den por contentos con ello, el poder proclamar que hoy por hoy Televisión Española es mejor, en cuanto a calidad general, en sus informativos y en sus programas, que sus competidoras. Ni tiene mucho sentido que con demasiada frecuencia los telediarios de La 1 dediquen parte de su tiempo de noticias a informarnos, en plan autobombo, de que según la última encuesta “nuestros informativos son (o siguen siendo)  los preferidos por los teleespectadores”, o de que “de nuevo, los españoles han elegido mayoritariamente TVE para informarse” sobre este o aquel acontecimiento puntual. Todo eso, con ser verdad en líneas generales, tampoco es decir mucho considerando cómo está el nivel medio de las televisiones en España. Y además las diferencias, lamentablemente, no son siempre tan significativas como para ponerse a alardear.

 

Y ese es uno de los problemas de TVE, que dejó en su día de ser una máquina de producción propia y pasó a depender (como todas las demás cadenas) de unas cuantas productoras privadas. Se impuso ese sistema argumentando que resultaba más barato producir fuera que hacerlo dentro de la casa y con medios propios, pero el resultado ha sido que a veces no es fácil distinguir una cadena de otra. En vez de sanear y racionalizar, de mejorar la productividad y la rentabilidad de la televisión pública, aquí se optó por reducirla y, en muchos aspectos, desmantelarla. También hay productoras privadas británicas trabajando para la BBC, y lo hacen en general más barato que en las series hechas por la propia corporación. Pero hay programas y series y reportajes y documentales, hay en definitiva, un tipo de televisión, que suele ser el que más dignifica a este medio y el que produce más  rentabilidad social, en el que no sirve lo de barato, barato. Y es lo que ocurre con los mejores productos de la BBC, que no es fácil que una empresa privada apueste por ellos, pero que son los que luego se venden y se ven en todo el mundo y ayudan así, en definitiva, a sostener económicamente a la corporación.

 

Ya se sabe que TVE no es ni puede ser la BBC, por mucho que diga querer parecérsele. Tampoco hay interés en que se le parezca. Pero hay otros ejemplos en Europa de otras televisiones públicas a las que mirar y que no parecen estar siempre en cuestión como aquí. Entre otras cosas,  se ha dicho que en España no se podría ya implantar el sistema del canon. Se han dejado pasar muchos, muchos años sin resolver el problema (aquella deuda que iba creciendo y creciendo año tras año hasta hacerse monumental), y ahora el asunto está en una especie de callejón sin salida. Y no hay más que encender el televisor para darse cuenta del grado de deterioro a que se ha llegado. ¡Menuda imagen de país! Y a eso le llaman pluralismo.

 

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