Al cabo de un rato, los jefes de área, nos daban a los redactores la información que nos correspondía. Salíamos con la Unidad móvil a alguna rueda de prensa y la previsión que nos permitía las convocatorias y la documentación que pudiéramos disponer.
Esas convocatorias nos venían dadas desde varias fuentes de información. La mayoría pertenecían en primer lugar a los ministerios del gobierno, después a partidos políticos, después grandes empresas, después sindicatos… Muchos sectores sociales no estaban presentes en ninguna previsión. Era el primer filtro imperceptible muchas veces.
De este modo cada sección tenia sus propios cometidos: Nacional, Economía, Sociedad, Cultura… Local y deportes iban por otro lado, con sus propios espacios.
La cascada de la información dependía en lo fundamental de esas previsiones. La información propia, es decir la elaborada por periodistas de la redacción, ya fuera de forma exclusiva, ya fuera por temas de interés a los que se le hacia un seguimiento, eran muy pocas. O para ser exacto casi ninguna. Este desequilibrio tenía y tiene consecuencias importantes.
La información “filtrada”
De este modo la actualidad dominante, lo que llamábamos el “carril” venia determinado, no por el interés informativo, que definieran el conjunto de informadores sino por la capacidad de las fuentes de información de los diferentes grupos de presión, ya fuera administración partidos, etc.
El medio público era (y es) dependiente de esos poderes a la hora de determinar los contenidos de cada día por su incapacidad de medios y conocimiento para buscar otras alternativas. Por esa razón el “carril” es el determinante.
La estrategia de los grupos de presión por determinar las pautas informativas de cada día, para ocupar el carril. Era muy diferente. Por ejemplo, bancos, asociaciones empresariales y grandes empresas organizaban por diferentes medios, conferencias y actos, a los que atraían a ministros o personajes destacados. De aquellos acontecimientos nacía buena parte de la información del día, pocas veces relacionada con los actos organizados. Aprovechábamos para preguntar sobre temas actuales a, digamos, los VIPs. Pero esas empresas creaban vínculos con los redactores que luego les eran muy beneficiosos para la actualidad cotidiana. A veces en esos acontecimientos había pequeños regalos además de comidas u otros agasajos. Esta “buena relación con las fuentes” degeneró. Y ahora se da la circunstancia que los medios de comunicación no acuden a ese tipo de actos si no van a gastos pagados por las fuentes. Es evidente que no todas las fuentes tienen los recursos económicos para pagar viajes, estancias y comidas de periodistas ante congresos u otras actividades similares. Este filtro se acomoda en la información cotidiana sin que medios ni profesionales pongan ninguna pega.
Cada día los gabinetes de prensa respectivos presionan a las redacciones para asegurar la asistencia a sus actos o ruedas de prensa, o para que sus notas de prensa se integren en los informativos.
Una red de presiones sobre las redacciones, que desde siempre se mantiene, con variaciones importantes, especialmente en los medios técnicos y, al menos, en los contenidos y objetivos.
La obtención de información desde las redes ha cobrado un espacio importantísimo en las redacciones. En esta nueva fuente informativa existe igualmente una diferenciación de oferta, que reproduce el mismo poder económico o político. A mayor poder económico más información se dispone en red. De hecho una partida muy importante de los presupuestos de esas fuentes se dedica disponer de su oferta informativa en redes y a colocar adecuadamente mediante el pago pertinente sus informaciones diarias. Solo acontecimientos muy, muy inesperados, trascienden este proceso.
Por tanto, esta mecánica de trabajo cotidiano en las redacciones tiene como puntos de referencia la propia información que los redactores podían obtener de Ruedas de Prensa o de otras fuentes más las propias de los periodistas del medio.
Ruedas de prensa vacías
Hoy impera hablar a una pantalla. Les vino muy bien la pandemia. Las ruedas de prensa presenciales confrontan a un conjunto de periodistas con empresarios, políticos o sindicatos… Pero todo se ha degradado y ahora en las ruedas de prensa comunes, las preguntas son muy escasas. Hace años, siempre había algunos periodistas mas duchos que de algún modo conducían las preguntas o requerían mayor profundidad y en no pocas ocasiones provocaban cierta inquietud a los conferenciantes. Eso siempre dependió del nivel de conocimiento y preparación del periodista o redactor. Hay que quedarse con esta idea clave: el conocimiento del periodista es esencial para que la información, que luego traslada a su medio y al ciudadano, cumpla con los mínimos profesionales.
Con ese bagaje, desde la Rueda de Prensa, dependiendo de los medios, la información se trasladaba de forma inmediata a las redacciones para determinar su importancia. A su vez eso debiera determinar si se daba a la audiencia o quedaba en el cajón.
Las decisiones sobre qué informaciones se seleccionaban siempre eran y son tomadas por la dirección de informativos o los editores, directores de cada informativo (TV o Radio). En ello no participa el redactor.
Esta mecánica jerarquizada no ha hecho más que deteriorarse aun más en el tiempo, ya que los medios informativos cada vez disponen de menos recursos (práctica desaparición de los medios impresos, diversificación de los digitales, y en decadencia TV y radios). Hoy se acude a poquísimas ruedas de prensa y en ellas hay poquísimos redactores presentes. Los partidos, sindicatos, gobiernos, o cualquier institución, distribuyen por redes su información, cuando no, usan medios aun más mediocres como twitter, donde la información es sustituida por propaganda ya que son mensajes que se caracterizan por la ausencia de contenidos. Es decir, la degradación de las fuentes informativas y la reducción de recursos de los medios periodísticos ha devaluado sustancialmente la función de medio de comunicación.
Una sociedad desinformada, una sociedad ignorante
Hoy una persona informada está obligada a buscarse otros cauces más fiables. De este modo el medio ha perdido fiabilidad. Nadie que quiera estar bien informado confía en los medios. El refugio son los medios ideologizados, donde cada cual elige el que más se ajusta a su pensamiento. La consecuencia es que el ciudadano más consciente cada vez se encasilla más en su propio pensamiento no contrastado. El resto de la ciudadanía esta ya fuera de los circuitos de cualquier medio informativo.
La sociedad que vivimos es consecuencia, entre otras cosas, de este proceso de deterioro informativo. Es una sociedad desinformada. Se comprueba todos los días cuando se realizan pequeñas encuestas a pie de calle.
Nadie se pregunta porque hoy es fácil defender una mentira, recubierta o no de celofán. Las mentiras crecen por que la ignorancia impera. De esta ignorancia son responsables (no los únicos) los medios de comunicación y sus profesionales.
Huyendo de esta responsabilidad las empresas (públicas y privadas) y los propios profesionales, argumentan su propia independencia en el tratamiento informativo y en la diversidad de medios a escoger.
Lo cierto es que las empresas se ahorraron los costes económicos necesarios para realizar información de calidad. Precarizaron la profesión periodística, redujeron sus redacciones y además prescindieron de periodistas especializados que requerían muchos años de especialización y mejores retribuciones. Hoy el periodismo es una de las profesiones más precarias del mundo laboral.
La responsabilidad profesional
Las empresas además se aseguraron la sumisión de determinados periodistas mediante retribuciones variables, que aumentan la precariedad y limitan la libertad profesional. En las empresas públicas esas retribuciones variables suponen en algunos casos hasta el 40 por ciento del salario. Se ahí nace una carrera de los profesionales más sumisos para tener una mejor retribución, ya que no existe un sistema de carrera profesional objetivada y pública. De ahí surgen clanes, que protegen a los suyos y que en las empresas públicas coinciden con las diferentes generaciones de gobierno. Los que puso el PP, los que puso el PSOE, etc. Esta es la dura realidad del polvoriento camino.
Sin duda ser un periodista incomodo a un medio con determinada línea editorial significará la perdida de esas variables (en medios públicos) o la no renovación de los contratos (en medios privados). No se es libre para defender contenidos independientes y objetivos si cada día hay que poner en peligro el empleo.
Si nadie se enfada (en esta profesión somos muy susceptibles), diré que los periodistas a jornal van cada día a la plaza a la espera de un patrón que les contrate.
Este recorrido de la profesión de periodista actual parecerá simple pero es real. Muchos redactores se sienten concernidos cuando se les pone ante sus ojos esta verdad. Es decir, se es más redactor que periodista. Los periodistas han desaparecido devorados por un sistema empresarial y de negocio y, en consecuencia, por un sistema de control de la información.
Pero, a pesar de todo y de todas las dificultades, cada profesional del periodismo es responsable moralmente de cumplir o no con sus obligaciones. Es como si un médico renunciara a sus pacientes ante las presiones empresariales (que ya también lo vemos). El periodista es siempre responsable del daño que causa cuando deja pasar informaciones no veraces, incompletas, manipuladas, etc.
Al final hay un ciudadano que se sentirá engañado. Después desconfiara del medio. Después prescindirá de la información y caerá en manos de redes manipuladas, cuando no de los grupos políticos y mafiosos que se asientan en la mentira y la ignorancia para conseguir sus intereses.
La reflexión está sobre la mesa. La degradación de la profesión periodística es un hecho. Su función social está en entredicho. De seguir asi desaparecerá.
Los medios públicos, hoy RTVE y sus profesionales, tienen el reto de poder cambiar las cosas, si realmente quieren estar al servicio de la ciudadanía y no de los gobiernos de turno. El sector privado seguirá la senda del negocio y no del servicio público y solo unas normativas legales podrían asegurar los mínimos de su responsabilidad social.
Marcel Camacho
Periodista