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Llevo más de siete años impartiendo información de radio y televisión a alumnos de facultades de Periodismo y de Comunicación audiovisual. Tiempo suficiente para darme cuenta del increíble potencial de ilusión y de vocaciones de servicio que existen en nuestras aulas. Los estudiantes que eligen formarse en carreras de comunicación lo hacen siempre desde una concepción idealista, en el mejor sentido, del trabajo periodístico, desde la conciencia de que quien accede, maneja, elabora y distribuye información a los demás tiene una responsabilidad adquirida con la sociedad a la que sirve. Es una responsabilidad que los estudiantes afrontan con madurez y con profesionalidad.
Sin embargo, a veces la realidad se vislumbra en tonos más grises que de color de rosa. El mercado mediático, en su dinámica de servir a los resultados de audiencias y a lógicas empresariales, devuelve un panorama que en demasiadas ocasiones se dibuja incompatible con lo que en las facultades de comunicación venimos defendiendo, trabajando y soñando. Entonces los alumnos se preguntan si todo lo que estudian tiene sentido, y, es entonces cuando, en su indignada desorientación, se vuelven hacia los profesores en busca de respuestas: ¿dónde está la sociedad de la información, de servicio público de calidad, plural, accesible a todos, que venimos defendiendo? ¿por qué nos habláis de independencia, pluralidad y demás sandeces si luego estaremos a las órdenes de un informativo regido por los índices de audiencia? ¿para qué pensar en calidad si la calidad la determina lo visto o no visto por los espectadores? ¿tantos años estudiando aquí para esperar horas en un aeropuerto a cogerle un canutazo a la famosa de turno? Entonces los profesores tragamos saliva, buscamos mentalmente argumentos y salidas dignas (sin que se nos note mucho nuestra propia confusión y frustración), y tratamos de devolver la ilusión y la esperanza: que sí, que merece la pena luchar, que hay muchos ejemplos de buenos profesionales en el panorama de medios de comunicación (públicos y privados) que nos demuestran que aún hay hueco para la buena comunicación.
Afortunadamente, para estos casos a los profesores siempre nos queda a mano RTVE, que en sus últimos años de andadura ha sido un más que interesante ejemplo en cuanto a comunicación de servicio público. Aunque no fuera el mayor referente para los alumnos en cuanto a acceso laboral (por ser de limitado y complicado acceso), sí que lo ha venido siendo en cuanto a garantía de que existe una tele y radio de todos, que escapaba con lucidez de las dinámicas, casi siempre salvajes, del mercado. Con sus aciertos y errores, incluso con sus preocupantes balances económicos, RTVE es una especie de garante de que la buena información, la comunicación de servicio público, es posible y merece la pena. Ahí han estado siempre Informe Semanal, En portada, Documentos TV, La aventura del saber, los informativos, los documentales de la 2, y tantos y tantos programas… Ahí queda la reciente adaptación a la convergencia multimedia, con un portal de televisión a la carta que se ha convertido en referencia en Internet… Ahí aparece la reciente adaptación al entorno HD… Ejemplos continuos de buena programación y de adecuados avances para adaptarse a las tecnologías y procesos de comunicación cambiantes, que nos han mantenido a todos, profesores y alumnos, con la tranquilidad que da vislumbrar un horizonte esperanzador: es posible y merece la pena.
Lamentablemente, el panorama que se dibuja ahora por delante nos hace también sufrir por este gran y único referente. Si se empiezan a confirman los peores augurios, la asfixia económica y política terminará por convertir a RTVE en un medio incapaz de hacer frente a una programación de calidad y de servicio público. Si esto ocurre perderemos todos, incluidos profesores y alumnos de las facultades de comunicación. Este nuevo aire de réquiem empieza a recorrer los pasillos de nuestras facultades, filtrándose bajo las puertas y entrando sutilmente en las aulas.
Pero, que perdamos como profesores y alumnos de comunicación no es lo más preocupante. El auténtico daño, real e irreversible, será que perderemos también como ciudadanos. Un entorno comunicativo dominado por las empresas privadas, que irremediablemente dependen de mercados publicitarios, se situará en las antípodas de lo que una democracia plural, integradora y autocrítica debe defender. Bajo el amparo del entretenimiento, del libre mercado, y de lo que las audiencias quieren ver, nos encontraremos con un entorno mediático dominado por contenidos que, más o menos entretenidos, sólo alimenten los bolsillos de los empresarios de medios y de los anunciantes (todo esto ya nos sonaba, por cierto, de las discusiones internacionales sobre excepción cultural aplicada al mercado del cine y series de ficción, con cuyo modelo, salvando las distancias, se nos presentan ahora preocupantes similitudes).
Por eso considero que el principal trabajo que queda por hacer es el de informar a los ciudadanos sobre lo que supone el auténtico valor de servicio público en los medios de comunicación. Y hacerles protagonistas, naturalmente, de ese valor de servicio, escuchando y consultando también con la ciudadanía lo que entiende como tal. Rentabilidad social, servicio público, derecho de acceso, etc. deben dejar de ser palabras rimbombantes que rellenen artículos como éste. Hay que llenarlas de contenido real para hacer ver que son auténticos derechos del ciudadano. Que igual que hemos aprendido a exigir responsabilidades al restaurante con cuya comida hemos enfermado, la desinformación, la falta de rigor y los contenidos basura también son algo por lo que debemos exigir cuentas.
Y hay motivos para ser optimistas. A pesar de lo que las curvas de audiencia puedan hacer pensar, el público es suficientemente inteligente como para saber qué programas quiere ver, cuáles le merecen la pena y cuáles no, qué quiere mantener y qué le resulta prescindible. Por otro lado, se mantiene, aún con las dificultades actuales, la interesante labor realizada por los profesionales de RTVE. Y no olvidemos que, trabajando en otros medios, se encuentran multitud de profesionales concienciados del tipo de comunicación que quieren desarrollar.
Y las aulas de las facultades están llenas de futuros profesionales que esperan y desean un entorno mediático mejor, en el que RTVE siga siendo referencia.
de
réquiem
en
las
facultades
de
comunicación?
Llevo
más
de
siete
años
impartiendo
información
de
radio
y
televisión
a
alumnos
de
facultades
de
Periodismo
y
de
Comunicación
audiovisual.
Tiempo
suficiente
para
darme
cuenta
del
increíble
potencial
de
ilusión
y
de
vocaciones
de
servicio
que
existen
en
nuestras
aulas.
Los
estudiantes
que
eligen
formarse
en
carreras
de
comunicación
lo
hacen
siempre
desde
una
concepción
idealista,
en
el
mejor
sentido,
del
trabajo
periodístico,
desde
la
conciencia
de
que
quien
accede,
maneja,
elabora
y
distribuye
información
a
los
demás
tiene
una
responsabilidad
adquirida
con
la
sociedad
a
la
que
sirve.
Es
una
responsabilidad
que
los
estudiantes
afrontan
con
madurez
y
con
profesionalidad.
Sin
embargo,
a
veces
la
realidad
se
vislumbra
en
tonos
más
grises
que
de
color
de
rosa.
El
mercado
mediático,
en
su
dinámica
de
servir
a
los
resultados
de
audiencias
y
a
lógicas
empresariales,
devuelve
un
panorama
que
en
demasiadas
ocasiones
se
dibuja
incompatible
con
lo
que
en
las
facultades
de
comunicación
venimos
defendiendo,
trabajando
y
soñando.
Entonces
los
alumnos
se
preguntan
si
todo
lo
que
estudian
tiene
sentido,
y,
es
entonces
cuando,
en
su
indignada
desorientación,
se
vuelven
hacia
los
profesores
en
busca
de
respuestas:
¿dónde
está
la
sociedad
de
la
información,
de
servicio
público
de
calidad,
plural,
accesible
a
todos,
que
venimos
defendiendo?
¿por
qué
nos
habláis
de
independencia,
pluralidad
y
demás
sandeces
si
luego
estaremos
a
las
órdenes
de
un
informativo
regido
por
los
índices
de
audiencia?
¿para
qué
pensar
en
calidad
si
la
calidad
la
determina
lo
visto
o
no
visto
por
los
espectadores?
¿tantos
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estudiando
aquí
para
esperar
horas
en
un
aeropuerto
a
cogerle
un
canutazo
a
la
famosa
de
turno?
Entonces
los
profesores
tragamos
saliva,
buscamos
mentalmente
argumentos
y
salidas
dignas
(sin
que
se
nos
note
mucho
nuestra
propia
confusión
y
frustración),
y
tratamos
de
devolver
la
ilusión
y
la
esperanza:
que
sí,
que
merece
la
pena
luchar,
que
hay
muchos
ejemplos
de
buenos
profesionales
en
el
panorama
de
medios
de
comunicación
(públicos
y
privados)
que
nos
demuestran
que
aún
hay
hueco
para
la
buena
comunicación.
Afortunadamente,
para
estos
casos
a
los
profesores
siempre
nos
queda
a
mano
RTVE,
que
en
sus
últimos
años
de
andadura
ha
sido
un
más
que
interesante
ejemplo
en
cuanto
a
comunicación
de
servicio
público.
Aunque
no
fuera
el
mayor
referente
para
los
alumnos
en
cuanto
a
acceso
laboral
(por
ser
de
limitado
y
complicado
acceso),
sí
que
lo
ha
venido
siendo
en
cuanto
a
garantía
de
que
existe
una
tele
y
radio
de
todos,
que
escapaba
con
lucidez
de
las
dinámicas,
casi
siempre
salvajes,
del
mercado.
Con
sus
aciertos
y
errores,
incluso
con
sus
preocupantes
balances
económicos,
RTVE
es
una
especie
de
garante
de
que
la
buena
información,
la
comunicación
de
servicio
público,
es
posible
y
merece
la
pena.
Ahí
han
estado
siempre
Informe
Semanal,
En
portada,
Documentos
TV,
La
aventura
del
saber,
los
informativos,
los
documentales
de
la
2,
y
tantos
y
tantos
programas…
Ahí
queda
la
reciente
adaptación
a
la
convergencia
multimedia,
con
un
portal
de
televisión
a
la
carta
que
se
ha
convertido
en
referencia
en
Internet…
Ahí
aparece
la
reciente
adaptación
al
entorno
HD…
Ejemplos
continuos
de
buena
programación
y
de
adecuados
avances
para
adaptarse
a
las
tecnologías
y
procesos
de
comunicación
cambiantes,
que
nos
han
mantenido
a
todos,
profesores
y
alumnos,
con
la
tranquilidad
que
da
vislumbrar
un
horizonte
esperanzador:
es
posible
y
merece
la
pena.
Lamentablemente,
el
panorama
que
se
dibuja
ahora
por
delante
nos
hace
también
sufrir
por
este
gran
y
único
referente.
Si
se
empiezan
a
confirman
los
peores
augurios,
la
asfixia
económica
y
política
terminará
por
convertir
a
RTVE
en
un
medio
incapaz
de
hacer
frente
a
una
programación
de
calidad
y
de
servicio
público.
Si
esto
ocurre
perderemos
todos,
incluidos
profesores
y
alumnos
de
las
facultades
de
comunicación.
Este
nuevo
aire
de
réquiem
empieza
a
recorrer
los
pasillos
de
nuestras
facultades,
filtrándose
bajo
las
puertas
y
entrando
sutilmente
en
las
aulas.
Pero,
que
perdamos
como
profesores
y
alumnos
de
comunicación
no
es
lo
más
preocupante.
El
auténtico
daño,
real
e
irreversible,
será
que
perderemos
también
como
ciudadanos.
Un
entorno
comunicativo
dominado
por
las
empresas
privadas,
que
irremediablemente
dependen
de
mercados
publicitarios,
se
situará
en
las
antípodas
de
lo
que
una
democracia
plural,
integradora
y
autocrítica
debe
defender.
Bajo
el
amparo
del
entretenimiento,
del
libre
mercado,
y
de
lo
que
las
audiencias
quieren
ver,
nos
encontraremos
con
un
entorno
mediático
dominado
por
contenidos
que,
más
o
menos
entretenidos,
sólo
alimenten
los
bolsillos
de
los
empresarios
de
medios
y
de
los
anunciantes
(todo
esto
ya
nos
sonaba,
por
cierto,
de
las
discusiones
internacionales
sobre
excepción
cultural
aplicada
al
mercado
del
cine
y
series
de
ficción,
con
cuyo
modelo,
salvando
las
distancias,
se
nos
presentan
ahora
preocupantes
similitudes).
Por
eso
considero
que
el
principal
trabajo
que
queda
por
hacer
es
el
de
informar
a
los
ciudadanos
sobre
lo
que
supone
el
auténtico
valor
de
servicio
público
en
los
medios
de
comunicación.
Y
hacerles
protagonistas,
naturalmente,
de
ese
valor
de
servicio,
escuchando
y
consultando
también
con
la
ciudadanía
lo
que
entiende
como
tal.
Rentabilidad
social,
servicio
público,
derecho
de
acceso,
etc.
deben
dejar
de
ser
palabras
rimbombantes
que
rellenen
artículos
como
éste.
Hay
que
llenarlas
de
contenido
real
para
hacer
ver
que
son
auténticos
derechos
del
ciudadano.
Que
igual
que
hemos
aprendido
a
exigir
responsabilidades
al
restaurante
con
cuya
comida
hemos
enfermado,
la
desinformación,
la
falta
de
rigor
y
los
contenidos
basura
también
son
algo
por
lo
que
debemos
exigir
cuentas.
Y
hay
motivos
para
ser
optimistas.
A
pesar
de
lo
que
las
curvas
de
audiencia
puedan
hacer
pensar,
el
público
es
suficientemente
inteligente
como
para
saber
qué
programas
quiere
ver,
cuáles
le
merecen
la
pena
y
cuáles
no,
qué
quiere
mantener
y
qué
le
resulta
prescindible.
Por
otro
lado,
se
mantiene,
aún
con
las
dificultades
actuales,
la
interesante
labor
realizada
por
los
profesionales
de
RTVE.
Y
no
olvidemos
que,
trabajando
en
otros
medios,
se
encuentran
multitud
de
profesionales
concienciados
del
tipo
de
comunicación
que
quieren
desarrollar.
Y
las
aulas
de
las
facultades
están
llenas
de
futuros
profesionales
que
esperan
y
desean
un
entorno
mediático
mejor,
en
el
que
RTVE
siga
siendo
referencia.
Daniel
Aparicio
Profesor
de
Información
en
radio
y
televisión-‐
Facultad
Ciencias
de
la
Información
(Universidad
Complutense
de
Madrid)