Hace un solo día, en una publicación digital que leo a diario y donde se ejerce –en general- un periodismo de cierta calidad, me vi sorprendido por un titular de claro sesgo antisemita. El titular encabezaba una historia de interés, por eso me pareció aún más inquietante. ¿Cómo es posible?, me dije.
Al desarrollar el contenido, el periodista –un colega honesto, no lo dudo- profundizaba aún más su adjetivación antisemita. Intenté dejar constancia de mi desasosiego mediante un mensaje en los comentarios. No lo conseguí, pero comprobé después que lo habían hecho otros; decidí que yo no aportaría mucho más y lo dejé. Por desgracia, en una segunda mirada vi que en el subsiguiente debate digital de los lectores se defendía más y más al autor; y lo que es peor, al contenido, porque la mayoría de los intervinientes relativizaba el antisemitismo.