Sin embargo y más allá de tales malentendidos, el concepto tiene la virtud de provocar la reflexión sobre el lugar –y el poder– de las audiencias en ese sistema de comunicación institucionalmente mediada. En principio y siguiendo al propio creador del concepto, un lugar muy subordinado al poder de los propietarios y gestores de los medios de comunicación. La audiencia no estaría detrás de tales medios sino que sería una consecuencia y producto de los mismos. Ello invita a pensar en marcos alternativos, en los que potencialmente cabe el establecimiento de una relación distinta entre ciudadanos, trabajadores y medios de comunicación. Al menos, donde quepa hablar de poder de la audiencia. ¿Son esos los marcos que actualmente funcionan en las televisiones públicas españolas?